Medioa: EL DIARIO VASCO
Desde estas líneas siempre se ha sostenido que el público, el respetable pagador, es siempre el juez supremo, el que eleva o desciende el éxito de un espectáculo. Por eso el papel del crítico está siempre en acertar con la valoración técnica y artística, desde su propia subjetividad, sin que ella constituya la esencia de la verdad.
En el caso que aquí se enjuicia quienes abarrotaron el Centro Cultura Amaya irunés disfrutaron de lo lindo durante los noventa minutos que duró el evento. Se aplaudió mucho y en todo momento -con algunos fervorosos bravos-, incluso durante el tiempo en que las voces corales salían al escenario y ocupaban sus puestos. Se aplaudió todo. Y esa esa la verdad del concierto, que la gente gozó con una música hermosa, aunque no siempre sabiamente ejecutada, en modesta opinión de de quien aquí escribe.
En el claro saldo de lo negativo cabe destacar la desorganización de la producción artística, anunciando un descanso donde no hubo, lo que motivó que el personal que había abandonado la sala para un momento de asueto tuviera que volver con prisa y casi corriendo una a vez ya iniciada la segunda parte, y el total desacierto de conectar el aire acondicionado durante las dos últimas intervenciones conjuntas de los dos coros. Si dura un poco más el chute frígido se quedan mudos.
La Coral Andra Mari presentó un esquema de cuerdas donde el desequilibrio estuvo en claro perjuicio de las voces masculinas, como así se notó en el coro de esclavos de Nabucco, venciendo este escollo con arrojo y entrega en la macha y coro del último acto de Carmen, gracias a unas voces de sopranos de verdadera categoría. Al piano de Elizasu le faltó rotundidad.
En el Coro Easo se apreció falta de soltura en algunos momentos en que el canto requiere mayor libertad de entrega, tal fue el caso del coro de prisioneros de Fidelio. Sin embargo en el maravilloso coro de peregrinos de Tannhäuser los hombres de Villa Araoz se despacharon a gusto en finura y modulaciones. Oscar Candendo al piano creó, merced a un sabio juego de pedales, mayores y más expresivas atmósferas. José Manuel Tife y Salvador Rallo llevaron con seguridad a sus coros.