2006, irailak 5

Vibrante clausura con ‘‘El holandés errante’’

Medioa: DEIA

Kritikaria: J.A.Z.

Una vibrantísima versión concertística de ‘‘El Holandés errante’’ clausuró en la noche del domingo la 67 Quincena Musical de Donostia, que colmó el Kursaal con una tan prolongada como cálida ovación dirigida a todos los intérpretes de este drama wagneriano dirigido por Juanjo Mena.

Se repetía casi en totalidad el acertado reparto que la ABAO eligió para esta ópera programada en enero de este año en el Euskalduna, con el elenco vocal formado por Albert Dohmen (Holandés), Eva Johansson (Senta), Philip Kang (Dalan -único cambio, pues en Bilbao lo encarnó Hans Peter König-), Jorma Silvasti (Erik), Angel Pazos (Timonel) y Francisca Beaumont (Mary). En cuanto al amplio componente coral, actuaron en Donostia el Coro Easo y Andra Mari (éste, en vez del Coro de Opera de Bilbao), preparados por sus titulares Xalba Rallo y José Manuel Tifé. De la entregada labor de solistas y coros, junto a la actuación de la Sinfónica de Bilbao, en formación mucho más nutrida sobre el escenario donostiarra que en el foso bilbaino, surgió un producto dramático tan pleno de tensión narrativa como de fuerza sonora.

Juanjo Mena condujo el drama con dominio de partitura e intérpretes, dotando de calificada expresión a cada número (sobre todo en el segundo y tercer acto) y construyendo sin desnivel alguno el relato wagneriano, cuyo núcleo dramático va desde el dúo de Senta y Holandés del segundo acto hasta el ‘‘Verloren, ach Verloren’’ que el protagonista entona en el Finale del tercero. Pero, como es sabido, con anterioridad y aún dentro de ese citado espacio existen episodios y pasajes que enriquecen la narración con gamas diversas, como lo son la de la airosa y ‘‘esperanzadora’’ linea orquestal del dúo de Daland y Holandés en el primer acto, así como la dulzura de la primera intervención enamorado Erik (mezclada con su suspicacia), la gracia del coro de las hilanderas o la famosa balada de Senta, por poner ejemplos evidentes. A destacar, asimismo, la claridad, color e intensidad de la bien ensamblada orquesta en la que además del abundante y pródigo metal (tras un poco cálido color en el Andante de la Introducción) todas las secciones instrumentales actuaron con energía y poderosa voz. Tal vez faltó una mayor compactez en la cuerda, pero el conjunto se convirtió en elemento primordial del drama, como es la norma wagneriana. Todo ello, bajo una batuta ejemplar. Se ha citado ya el alto nivel y sentido wagneriano del elenco vocal. Sin duda, el barítono Albert Dohmen se sitúa al frente del mismo tanto por su condición de protagonista como por su magnífica dicción y gesto, que dotan de recio sentido teatral incluso a la versión en concierto. La fuerza expresiva del canto y su ordenado volumen (incluso en el menos potente agudo) y la homogeneidad tímbrica … todo hace que siga siendo un ‘‘Holandés’’ de alto nivel. Junto a él, la generosa y en momentos pródiga emisión (con la enorme potencia de los agudos últimos, aunque no pasen del Si, montados sobre una orquesta llena de vigor) así como la buena encarnación de su personaje, la bella factura de su balada unida a la brillante actuación en los números de conjunto, hacen también de Eva Johansson una Senta muy bien asentada en su papel.

También hay que dejar constancia de la excelente actuación del resto del elenco. El Daland de Philip Kang manifiesta personalidad propia, con evidente dominio y asimilación del personaje, así como con buena linea vocal, impregnada de musicalidad. Asimismo, el Erik interpretado por Silvasti resulta pleno de color lírico, con esa dulzura de timbre y finura fraseística que sirve para contrastar su carácter (pues se establece así la naturaleza teatral de cada uno) con la expresión del otro amante, el Holandés, afectado siempre por su tragedia interior. La Mary de Francisca Beaumont repitió su buen cometido mostrado antes en Bilbao y podría incluso comentarse que en Donostia quedó aún más patente la poderosa condición de esta mezzo pamplonesa. Finalmente, el tenor Angel Pazos completó el elenco con un buen hacer, también con mayor relieve que en la representación bilbaína.

En cuanto a los coros, ya desde el primer ‘‘coro de marineros holandeses’’ quedó patente la homogeneidad y coordinación del Easo, con su recio color y unidad en esa página con subidas en octavas al unísono. El grupo mixto de Andra Mari continuó con el buen hacer del Easo, con el grato coro femenino de hilanderas, si bien estuvo más asentado el masculino ‘‘coro de noruegos’’. La sonoridad general de los coros revistió de elocuencia y hasta de grandeza la obra, por su enorme capacidad sonora: eso sí, no se oyó ni un solo grito.