1990, abuztuak 18

UNA EXCELENTE ‘LUCÍA DE LAMMERMOOR’

Medioa: EL PAIS

Kritikaria: Enrique Franco

La ópera llegó una vez más a la programación de la Quincena Musical de San Sebastián y al escenario del teatro Victoria Eugenia con la romántica Lucía de Lammermoor, de Walter Scott, llevada a los pentagramas teatrales y a las gargantas privilegiadas por Gaetano Donizetti en 1838. Se trata de un género que cuenta con larga y significativa historia en los ciclos donostiarras, y hace ahora 20 años justos hubo otra Lucía protagonizada por el entonces ya famoso Alfredo Kraus, a quien acompañaba otro tenor llamado a la celebridad, José Carreras. La Lucía aplaudida el jueves en San Sebastián, según producción de la Ópera de Dormund, es una demostración de cómo pueden hacerse las cosas bien sin derroche de millones ni excesiva servidumbre al divismo, pues el joven conocedor y brillante maestro austriaco Friedrich Hayder, actual director estable en Stuttgart, impuso criterios continuados de alta musicalidad, que fueron bien servidos por los cantantes, además de concertar perfectamente hasta los conjuntos más comprometidos de la obra, como es el célebre Sexteto.
Fue heroína la joven y estupenda soprano norteamericana Kathleen Cassello, formada en Austria con la Lipp, y en Italia con Bruscantini, que obtuvo el Premio Viñas en Barcelona, el Mozart en Salzburgo y el Pavarotti en Filadelfia. La voz es extraordinariamente bella, coloreada y transparente en todos los registros; las coloraturas son ágiles y también afinadas, como los bien atacados y mantenidos sobreagudos, todo ello impostado en la sustancialidad del discurso musical. Teatralmente, la Cassello hace una Lucía ideal en su encarnación de ese ser puro, sencillo, sacrificado y delirante. El triunfo de la nueva estrella tuvo caracteres de excepción.
Le dio respuesta adecuada el tenor estadounidense Franco Farina, en el personaje de Edgardo, “el canto convertido en llanto”, como escribe con exactitud Nino Dentici; un personaje que exige mucho.
Confirmación
No merece menos elogios el gran barítono perullino Paolo Coni, una voz que prende y un estilo que ennoblece. Más que de sorpresa habría que calificar de confirmación cuanto hizo el guipuzcoano Alfonso Etxeberria en el personaje de Raimondo, preceptor, confidente y, al fin, enredador.Lució una materia vocal gravemente lírica, enriquecida por acentos de gran expresividad y obediente a un impulso cantabile de la mejor clase. La coral Andra Mari, que dirige José Luis Ansorena, fue perfeccionando su actuación a lo largo de la ópera, y Jorge Antón, Sánchez Jericó y Eugenia Echarren defendieron con buen tono los personajes menores.
Giancarlo del Monaco organizó la escena muy inteligentemente, hasta sacar partido máximo de un espacio escénico no demasiado grande. Mantuvo al coro en torno a la acción principal, salvo cuando intervenía en ella con cierto carácter protagonista, y en todo momento recibimos la impresión de acción bien colocada y ambientada al gusto romántico en los decorados de Michael Scott y en el vestuario procedente de la ópera de Essen. Con la muy calculada planificación de la luminotecnia y la pronta respuesta de la Orquesta SInfónica de Euskadi, todos los elementos contribuyeron a los resultados de esta Lucía de Lammermoor.