2014, abuztuak 16

SIEMPRE SERÁ UNA HERMOSURA

Medioa: EL DIARIO VASCO

Hagan con ella lo que hagan, la pongan patas arriba, boca abajo, de perfil, sea con una gran producción, o con una modesta (como la que ha llegado en esta ocasión al Kursaal), con unas grandes voces o con otras de menor nivel (cual es aquí el caso), siempre “la Bohème” será una hermosura de obra, en texto, en dibujo de los personajes o su espectacular preciosidad de música. Qué suerte que la madre de Puccini jamás tuvo el más ligero pensamiento de privar de la vida al ser humano que llevaba en su vientre y dio a luz en 1858 a aquel bebé que fue bautizado con el nombre de Giacomo. Si hubiese sido proabortista, adiós arte y magia musical. ¡Cosas de la vida!
La producción escénica, en este caso, se alía con la videocreación de proyecciones, más o menos sugerentes, para seguir el desarrollo de la trama, inspirados en cuadros de The Barnes Foundation y del Museo del Arte de Filadelfia, como una especie de sueño figurativo, en el que el espectador ha de hacer trabajar a su imaginación con cuanto ocurre en escena, que cuente con un atrezzo de voto de pobreza. La lámpara de techo vale lo mismo para la guardilla en que viven los cuatro bohemios que para el Café Momus, con mesa bufet incluida (¿?). La taberna del acto III no existe por ningún sitio. Desde luego por los elementos escénicos vistos, incluso los lumínicos con sus dos cañones cenitales, no ha debido ser una producción especialmente cara. Por cierto, mucho hablar de apoyo a la Quincena, pero desde hace tres años no hay entidad o institución privada que patrocine la ópera. Una cosa es predicar y otra dar trigo.
En el tema musical no se entiende en corte en la última escena del acto II. Pese a ello el pulso dado a la partitura por parte de Encinar estuvo en una permanente línea de notable y la OSE le respondió más que bien, dejándose oír, con un acertado equilibrio en la sutileza que contiene esta obra, principalmente en el acto III. La dirección escénica dejó mucho que desear con un trazo muy simple en los efectos de emotividad de los principales personajes, como fue el dispar encuentro entre Rodolfo y Mimí que requiere de una intimidad sentimental que en escena no se produjo y ello que ambos cantantes hicieron todo lo posible por darle forma en una interpretación meritoria.
En el terreno de las voces hay dos personajes que merecen un especial relieve, cual es la soprano James que hizo una Mimí muy dulce, interesante y con una textura vocal bien cuajada para el personaje. El otro fue el barítono onubense Rodríguez con un Marcello acertado, aunque sus escarceos verdinianos le pueden pasar factura para la tesitura pucciniana. Aún es joven para ciertos experimentos. Especial reflexión merece la voz del jovencísimo tenor Lucà, más propia, ahora, para el belcantismo, que para un Puccini de este nivel, ya que el registro agudo no sale del todo y la modulación verista necesita técnica más cuajada, sobre todo en los apoyos al registro al. Su color de voz es atractivo pero aún en su fonación hay determinados brotes poco maduros. Si se cuida y tiene el profesor adecuado tiene un carrerón por delante. La sabiduría y experiencia de Elena de la Merced la hizo desarrollar una grata Musetta, aunque le faltó una buena dirección de escena. Impecables las dos masas corales que intervinieron. La Escolanía Easo, por un lado, fue un reloj suizo en la precisión y calibre sonoro y la Coral Andra Mari sonó muy bien y con efectos rotundos en su participación del acto II. El regusto final de esta “Bohème” fue apreciable, con un público respetuoso que aplaudió don ganas, pese a no crearse en las voces y, tampoco, en la escena, el impacto emocional siempre deseado para esta ópera.