2008, irailak 2

Necesaria autoestima

Medioa: EL DIARIO VASCO

Fue una velada musical interesante, a veces rotunda y gracias a la que, poco a poco, va poniendo las cosas en su sitio, tanto por necesidad como por justicia. El trabajo desarrollado ayer por la Orquesta Sinfónica de Euskadi y por la Coral Andra Mari, emblemáticas instituciones musicales de Ama Lur, mostró un marchamo de indudable calidad y de consolidación de la autoestima que ambas merecen.
Por lo que se refiere a la agrupación orquestal en tanto que sus músicos han de creerse, de una vez, lo que son, excelentes profesionales, a los que les falta, una rectoría estable, intrépida, consolidada y exigente que les dé la pátina de bondad que se merecen, para que, de una vez por todas, se olvide la indefinición y las navegaciones discordantes y de baja calidad. En cuanto al coro para zafarse, ya siempre, de un incierto complejo segundón que en absoluto tienen.
Es un gran coro que necesita más apoyo institucional.
El Plenilunio de la ópera Amaya de Guridi, de escasos 15 minutos, nos mostró la calidad del sonido de la orquesta y los aromas de la canción de amor laburdiana Argizagi ederra del maestro vitoriano, tan injustamente olvidado en su tierra vasca.
El pianista Javier Perianes, en el Concierto para Piano nº 2, en Do menor, OP. 18 de Sergey Vasilievitch Rachmaninov, fue más técnico que apasionado, más riguroso que expresivo, teniendo en frente a una orquesta donde la rectoría de Andrei Boreyko (sería un gran fichaje) produjo momentos especialmente intensos y emotivos, como hubo en el Adagio sostenuto.
En la segunda parte se interpretó la preciosa obra maestra del inglés Gustav Holst, Los Planetas, escrita en 1916. Esta peculiar suite sinfónica, cuajada de melodía y de efectos sonoros, que deja a un lado al planeta Tierra y no incluye a Plutón por no haber sido aún entonces descubierto, sigue los pasos simbólicos que la mitología griega atribuyó a sus dioses.
Las voces blancas de la Coral Andra Mari, en el interno del último movimiento Neptuno, el místico, confirió a la obra un sello humano de elegancia y poderío, trascurriendo todo bajo el eficaz control de la impecable rectoría de Andrei Boreyko.