2004, martxoak 9

El paraiso de Dvorák

Medioa: DIARIO DE NOTICIAS

Kritikaria: TEOBALDOS

O es fácil alcanzar el paraíso, parece decirnos Dvorák con la dolorosa antífona del Stabat Mater. Su partitura es angosta y granítica, de compacta espesura; con tormos sinfónicos tanto para el coro como para los solistas que hay que saber allanar hacia la súplica, la religiosidad austera y el perdón. También es una obra con esporádicas transparencias que acompañan de modo delicadísimo -sobre todo en el coro- el vestuario grueso del conjunto.

Cristian Mandeal dirigió con seguridad y soltura la obra, pero sin incidir demasiado en el detalle. Dirigió de seguido dejando que fluyera la materia sonora casi como salía del manantial, sin apenas encauzar el contenido hacia personales y profundas visiones. El resultado claro que fue hermoso -todos los intérpretes eran solventes- pero imperando ese casi fuerte perpetuo que apenas deja salir el contraste.

Este matiz fue más imperante en la orquesta, a la que, dada su calidad y trayectoria, uno siempre pide más. El coro -la entrañable coral Andra Mari- fue lo mejor y lo más aplaudido; presenta un color carnoso y mórbido; redondo y claro; rotundo en el fuerte; envolvente y vivo en el piano, -aunque debería haber ido al pianíssimo en los detalles de acompañamiento a los solistas, por ejemplo en el cuarto número-; muy lleno en el séptimo número casi a capella, y brillante en el paradisi gloria final. Hizo con equilibrio y homogeneidad la repercusión entre voces del eja mater acariciando el texto -aquí muy materno- y recogiendo el dolor hacia el interior cerrado. Los solistas formaron un cuarteto con voces de peso, pero no acabaron de ligar un fraseo coherente ni en los fuertes ni en los pianos. Ciertamente la partitura es comprometida, sobre todo metidos, como estábamos, en volúmenes orquestales demasiado generosos, pero se intuían voces de más calidad que el resultado.

Individualmente, el bajo demostró cierta potencia, pero de escaso vuelo. La soprano quedó un tanto sepultada a pesar de su timbre limpio y claro. La mezzo -más con color de contralto- vibró en exceso su dramatismo, quitando belleza a su timbre muy hermoso. Y el tenor, que tenía facultades y volumen en el agudo fuerte, intentó esa media voz tan bella en los tenores que no caen en el falsete, y tan difícil de lograr; aquí la sensación fue de estar peligrosamente en el extremo, lo cual es fatigoso para el oyente. Esto no quiere decir que el concierto no gustara. Al contrario; aunque este Stabat mater no es popular, gustó, y el público premió con generosos aplausos a todos los intérpretes.