2010, urtarrilak 30

Danzas sinfónicas

Medioa: Diario de Navarra

E STA sesión anunciaba un orden de obras lógico, si se pretendía la gradación interna y, sobre todo, el brillo final, con la consiguiente salva satisfactoria de aplausos, aunque tal disposición del programa perjudicara directamente a la primera de las partituras interpretadas.
Al lado de Rajmáninov -vamos a aceptar la transcripción del alfabeto cirílico-, Olaizola, incluso reorquestado, queda como gran melodista popular -en “Sorgiñeta” sólo hay dos canciones recogidas por folkloristas; el resto pertenece al creador-, pero de aliento y mano más limitado que los del ruso, aunque éste durante décadas ha sido conceptuado como un orquestador torpe y pálido frente a Stravinski, heredero, como él, de Rimski-Korsakov, referencia inevitable de cuantos compositores han aportado algo a la “paleta sonora”, al color orquestal. “Sorgiñeta”, ballet sinfónico-coral, presenta en siete números coreográficos un lugar imaginario, retirado del tráfago mundano, cuyos habitantes advierten que los ojos de Sorgin Andrea han perdido algo de su brillo seductor. Montan una fiesta. La bella, entre Lirainy Arro, dos mozos que contienden por ella, prefiere a Lirain, cuya sonrisa le disuelve la melancolía, para alegría general y danzante del pueblo. La reescritura de Aragüés incluye el txistu, instrumento difícil de insertar, dada su afinación popular, en una plantilla sinfónica. Astiazarán, valor joven y sólido de ese instrumento y aun de versiones folklorizantes innovadoras, hizo una prestación, así como la Coral Andra Mari, -aun demidiada la plantilla- precisa, muy potente y fresca de timbre vocal. El grupo Kukai puso el contrapunto popular, y a veces moderno, al baile de Ingrams, bailarina norteamericana de formación clásica, encuadrada en el Ballet Joven de Biarritz. Los bailarines hubieron de ajustar la coreografía el estrecho espacio ante la orquesta. La disposición de la luz, hábil, distinguía tres ámbitos diferentes para el coro, la orquesta y el cuerpo de baile, en total nueve individuos.

Las danzas de Rajmáninov, en principio “fantásticas” pero luego acaso más sinfónicas -suite de tres movimientos- que danzas, no fueron ideadas y escritas para un espectáculo de danza, aunque Fokine las conoció interpretadas al piano por el compositor y mostró interés por montar un ballet con ellas. Pero Fokine murió y Rajmaninov le siguió a la tumba un año después sin ver sus danzas encarnadas por un ballet. La versión de la OSE fue rotunda, con fuerza y sin pizca de manierismo sentimentaloide, por no decir lánguido, al que se pueden prestar muchos momentos, como el solo del saxo alto en el primer movimiento. El segundo movimiento extremó el vigor rítmico del vals, marcado andante con moto y cargado de nubarrones: nada que ver con el feliz patrón vienés y mucho con “La Valse” raveliana. El allegro vivace , con el choque temático del Dies irae litúrgico -obsesión vitalicia del autor- y la cita del himno ortodoxo de las “Vísperas” del propio Rajmáninov, resultó un poco apabullante, por el derroche sonoro de ese final, que el compositor definió con una sola palabra tras el último compás: “Aleluya”: la Resurrección vence a la Muerte.

Orozco-Estrada hizo “Estancia”, en origen música de ballet argentino, pampeano, con mucha tensión,liberada en el crescendoarrebatado y arrebatador del malambo final. Un broche irresistible. Pero antes de ese malambo calculadamente frenético Ginastera (1916-1983) sabe transfundir Bartók y Stravinsky a las evidentes raíces nacionalistas -el músico, argentino, fue antiperonista muy viajado y murió en Ginebra- en una síntesis personal que él etiquetó como “nacionalismo subjetivo”, propio de su primera época. Tarde de mucho color, con una orquesta aparentemente rendida a la batuta.