Medioa: EL DIARIO VASCO
Mozart como hilo conductor, dos partes muy diferentes y la reunión de cuatro solistas, la Coral Andra Mari y la Orquesta Sinfónica de Tenerife. Este era el programa de un concierto, el de ayer, que por su propia configuración apuntaba a estar lleno de contrastes, bien entre los músicos que tomaban parte en el encuentro, o por el propio repertorio, que aun siendo del mismo compositor mostraba dos facetas diferentes de su música, la ópera, y su Réquiem.
La primera parte del encuentro dio la oportunidad de escuchar a cuatro voces bien distintas. La primera en romper el hielo fue la soprano Amanda Roocroft, con una voz bien timbrada, de color muy atractivo y bien colocada. Su Non mi dir de Don Giovanni fue convincente aunque los adornos no siempre estuvieron claros.
Tras ella le tocó el turno a Maite Arruabarrena con el Voi che sapete de Las bodas de Fígaro, un Cherubino que ella defendió con pulcritud y gusto, modulando con acierto su hermosa voz. El primer contraste de la noche negativamente hablando vino con el Se allimperio de La clemenza de Tito, a cargo del tenor Charles Workman. Absolutamente forzado y nada cómodo, el cantante tuvo más de un problema en mantener una emisión regular, lo que se materializó incluso en pérdidas de afinación. Las intervenciones en solitario se coronaron con un Leporello increíble, el del bajo René Pape. El cantante no sólo gustó por su bien modulada voz, su atractivo timbre y su cuidada técnica en Madamina, il catalogo è questo, sino que conquistó a todos los presentes con su expresiva escenificación.
Los hombres de la Coral Andra Mari participaron en O Isis und Osiris de La Flauta mágica con convencimiento y buenos resultados. La primera parte se completó con dos dúos, el famoso Là ci darem la mano de Don Giovanni, con un primer tema excesivamente lento pero bien defendido por la mezzo y el bajo, y un Tamino mein entre Amanda Roocroft y Charles Workman mucho más convincente en la voz de la soprano, además de una pequeña intervención del coro. La Orquesta de Tenerife, con una formación que no llegaba a cincuenta músicos, estuvo un tanto plana en esta primera mitad.
El Réquiem guardó muchas sorpresas para los asistentes al concierto de ayer. La primera y más agradable fue la labor realizada por la Coral Andra Mari. En el Réquiem inicial sorprendieron con su clarísima dicción y en el Kyrie, por su pulcritud en el fraseo y en la articulación, con un muy buen apoyo de metales en la Sinfónica de Tenerife. En Dies irae quizá faltó un poco más de volumen orquestal, aunque la proporción de más de setenta coralistas y la orquesta reducida en general funcionó. El Andra Mari únicamente tuvo algunas inseguridades en las sopranos, especialmente en las partes de piano, como en Confutatis, en el que la orquesta pareció contagiarse de esos deslices, o en el Agnus Dei. En el resto de sus intervenciones el coro estuvo magnífico, cálido, expresivo, empastado, muy trabajado, con los temas bien dibujados, sobre todo en las partes fugadas, y brilló especialmente en el Lacrimosa junto a una orquesta mucho más brillante que en la selección de óperas.
Los solistas estuvieron en la línea que habían marcado en sus primeras intervenciones, y en general el cuarteto funcionó muy bien. Por último habría que hablar de la versión que ofreció Víctor Pablo. Fue un Réquiem ligero, quizá demasiado para los que gustan de lecturas más dramáticas. El Turba mirum fue posiblemente el número más arriesgado, demasiado acelerado. Por lo demás, su revisión de la obra tuvo muchos atractivos, como por ejemplo en los crescendos del Lacrimosa, con acentos marcados, y en unos finales de frase muy trabajados y mimados.