Medioa: Platea Magazine
Kritikaria: Enrique Bert
Con permiso de la dirección de esta santa casa voy a ejercitar el insano deporte de resumir décadas de tradición histórica con el objetivo de situarme en el punto adecuado de arranque de cualquier comentario para esta crónica. Insano digo porque corremos el evidente riesgo de quedarnos en la superficie pero el espacio del que disponemos apenas nos da para más.
En obras como la Sinfonía nº 9, de Beethoven, obra clave de la historia de la llamada música clásica, existe una larga tradición interpretativa. Podemos resumir en que, en la actualidad, existen dos corrientes principales: la más habitual de escuchar, la que denominaríamos tradición romántica y que hunde sus raíces en figuras tan célebres como Wilhelm Furtwängler o Herbert von Karajan, sendos exponentes de la misma; y una segunda, la llamada historicista, que ha cobrado impulso importante en los últimos años y que viene a ser representada por directores de orquesta, muchos de los cuales provienientes del mundo barroco y que han terminado dirigiendo las obras más representativas del clasicismo y pre-romanticismo.
Sabiendo que Philippe Herreweghe era el director de la velada ya sabíamos de antemano qué tipo de lectura nos iba a proponer el belga, y no nos defraudó. Así, y por ser gráfico desde un principio, mientras en distintas interpretaciones tradicionales fácilmente encontrables en CD o DVD la duración de esta obra ronda entre los 65 y los 72 minutos, a Philippe Herreweghe la novena beethoveniana le duró 59 minutos y medio. Es decir, un ritmo trepidante, nervioso, con numerosos acentos y una sonoridad distinta a la que los oídos de este clasicón está acostumbrado. Distinta, que no peor. Distinta y sorprendente.
En los primeros tres movimientos lo más novedoso resultó el sonido arrancado a las trompas, un sonido arisco, rudo, cortante, en ese empeño de Herreweghe de acentuar la obra. Porque más allá de otras consideraciones estábamos ante un director con todas las de la ley, que nos propone una versión tan personal como meditada, lejos de esas lecturas monótonas y rutinarias de las que somos víctimas en algunas ocasiones. A ello coadyuva una lectura de tempi rapidísimos en los que, en algunas ocasiones, parece la orquesta estar presta a alzar vuelo y en otras que se acerca en demasía al abismo. Y para ello hace falta, lógicamente, una orquesta que sepa responder de forma adecuada ante tales requerimientos, y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt estuvo a la altura, desde luego. Y sin embargo, faltó un punto de magia que considero esta misma forma de leer la partitura evitó.
Ello no cambió en el cuarto y último, donde no negaré me preocupaba la capacidad de adaptación de la Coral Andra Mari ante tales circunstancias, formación amateur, como tantas en esta tierra pero los dirigidos por Andoni Sierra cumplieron de forma notable. Antes tuvimos que escuchar una paupérrima entrada del barítono Thomas E. Bauer que, lejos de acentuar (¿no he utilizado antes esta palabra?) el texto a cantar pareció más preocupado con dar las notas, olvidándose de cualquier solemnidad. Un barítono que parecía más estar cantando en el salón de un diletante que en un auditorio, ante casi dos mil personas. El contraste con el ritmo y nervio que llevó Herreweghe ante tal momento fue excesivo.
El resto del cuarteto solista cumplió con solvencia, subrayando que el tenor Robin Tritschler solventó su ardua parte Froh, wie seine Sonnen fliegen mientras que ellas, Ilse Eerens y Marie-Claude Chappuis especialmente la soprano, cumplieron sus ingratas partes con gran dignidad.
La Coral Andra Mari cumple cincuenta años en este 2016 y este concierto era la oportunidad de compartir su alegría con toda la afición donostiarra y guipuzcoana. El sonido fue brillante y podemos decir que Andra Mari estuvo a la altura de obra y compositor, lo que no es poco. La orquesta tuvo a bien cantar la música del Cumpleaños feliz!! entre los aplausos del público al finalizar el concierto.
Previamente se interpretó la obertura Coriolano, del mismo compositor y lo dicho para la sinfonía es lógicamente aplicable a este movimiento; ese marcaje tan sutil como áspero de los acordes iniciales ya nos indicó el camino que se habría de seguir en los minutos siguientes.
A buen seguro muchos melómanos donostiarras salieron desconcertados por la propuesta de Herreweghe. No diré que fui uno de ellos pero prefiero una lectura más sosegada, más tradicional.