Medioa: EL DIARIO VASCO
Vaya menú tan apetecible tenía preparado la OSE para el concierto de ayer en el Kursaal. Y no sólo por lo musical, ya de por sí atractivo, sino por el impacto sonoro y visual que provocan la interpretación de estas dos monumentales obras, que además de capacidad demandan un gran número de intérpretes en el escenario.
Por mucho que Schubert escribiera mucha música religiosa, ésta no es ni mucho menos la más conocida de su catálogo. Aún así, esta Misa puede considerarse como una de sus más importantes e interesantes. La OSE y la coral Andra Mari se encargaron de recordárnoslo, formando un buen tándem que nos hizo disfrutar de los momentos tan impactantes que ésta encierra. El equilibrio se apoderó del Kyrie inicial para alcanzar un Gloria animado que culminó en la famosa gran fuga, convincente y poderosa. En este largo movimiento se evidenciaron las cualidades de los solistas; una soprano con gusto pero sin llegar a emocionar, una mezzo con voz oscura y no muy ancha, un tenor correcto y un barítono acertado. Tal vez fuera en el Credo donde el coro sufriera más, principalmente por los delicados diálogos con los metales, aunque hay que decir que en general la Andra Mari cumplió con nota, al igual que la orquesta. Ahí quedaron ese sosegado lirismo del Benedictus o el trabajado Agnus Dei final.
Mucha culpa de este éxito la tuvo Orozco-Estrada, que optó por una versión poco contemplativa, bien matizada y con tempi animados. Un gesto legible y eficaz, sin aspavientos y unas ideas claras le bastaron para dominar a los más de cien músicos del escenario y obtener resultados notables.
La Tercera de Saint Saëns confirmó las buenas aptitudes del maestro y la orquesta, que cada día suena mejor con esta batuta. Si bien la primera parte nos mostró a una formación compacta, segura y expresiva que dibujó momentos lentos de auténtico lujo, el tan esperado final nos dejó menos satisfechos, debido a un tempo pausado, asperezas y un órgano a veces demasiado integrado.