Medioa: Noticias de Navarra
Kritikaria: Teobaldos
EN esta ocasión, la orquesta y el coro quedan en un segundo plano visual sobre el escenario. Ceden protagonismo a la compañía de danza Kukai, que ocupa el proscenio, y da corporeidad dancística a la poderosa narración sinfónico-coral de la partitura de José de Olaizola, Sorgineta: una historia de relaciones amorosas en un recóndito lugar de Euskal Herria, donde no faltan el ambiente misterioso y los seductores hechizos, y que sirve de excusa para desgranar un ramillete de danzas autóctonas. La obra, estrenada por los Ballets Olaeta en los años 60, se presenta hoy en una versión más reducida, realizada por Tomás Aragüés, quien, entre otras cosas, ha incorporado el txistu a la instrumentación. El coreógrafo Jon Maya, es, aquí, sobre todo, un compilador con capacidad para reglar coréuticamente elementos que le vienen de la tradición popular. El resultado es muy meritorio para los bailarines -más dantzaris- que miden milimétricamente el estrecho espacio que se les asigna, y cuadran una simetría perfecta en las intervenciones de todo el grupo. Demuestran un rotundo dominio del estilo, con trenzados de pies impecables, ese hieratismo elegante de los brazos caídos, la buena compenetración en los pasos a dos o a tres. Muy bello el aurresku estilizado del solista; así como el desafiante paso a dos de los pretendientes. Otra cosa es cuando la coreografía quiere superar el folklorismo. Aquí, el movimiento de brazos, sobre todo, está menos logrado, y es cuando el formato -pensado para la versión concierto- pide una gran coreografía de todo el escenario. Buena prestación, como siempre, de la Coral Andra Mari de Rentería en la parte vocal. Orozco-Estrada llevó la obra con agilidad, sin demora entre las diversas partes. Un tempo muy apropiado para los bailarines; pero, quizás faltó, en algún momento, cierta atmósfera de misterio, con un sonido un tanto chillón, al comienzo. Gustó mucho al público este acercamiento de la danza. Ovación cerrada.
En la segunda parte se llegó casi al paroxismo de la danza con una obra que, siempre que se programa, arrastra al público: Estancia de Ginastera. Su obstinado poder rítmico, con la percusión y la cuerda tozudas en las repeticiones de los temas sudamericanos, la hacen entretenida, espectacular, cercana a la fiesta. Pero antes de ese final de programa apoteósico, el titular de la orquesta ofreció una buena versión de la obra central de la tarde: las Danzas Sinfónicas de Rachmaninov. La orquesta se lució en la cuerda con sus ocho contrabajos, magnífico el remolón balanceo del vals. Grande y brillante el planteamiento del primer tema desde timbales y viento-metal. Y espléndido el final, con una sólida respuesta de la orquesta a la poderosa orquestación, donde todos los instrumentos -masivamente- entran en juego.
VALENTÍN REDÍN en el recuerdo. Al ver el programa de danza con orquesta presentado por la OSE, no he podido por menos de recordar a Valentín Redín, recientemente fallecido. Aunque ha habido estupendos artículos, en este periódico, resaltando su trayectoria teatral -el de Víctor Iriarte, sobre todo-, no se puede olvidar su incursión en la ópera (El Elixir de Amor), en la zarzuela, y su famoso espectáculo Ama Lur, también relacionado con la danza. Vaya desde esta discreta sección de música, nuestro recuerdo y homenaje.