Medioa: Gara
Kritikaria: Mikel Chamizo
El programa que planteó la Orquesta de Euskadi buscada identificar la influencia que ejercieron sobre Escudero dos figuras fundamentales para él: Dukas, su maestro en París, y Ravel, uno de sus ídolos. Tras escuchar el célebre El aprendiz de brujo del primero y el Concierto en Sol del labortano, fue muy fácil detectar en Illeta muchos rasgos de la técnica compositiva de ambos, de su lenguaje armónico, de su forma de tratar la orquesta y el coro. Pero lo más revelador del programa no fueron las coincidencias sino, paradójicamente, todo lo que Escudero no comparte con sus colegas franceses y que lo erigen como una figura sumamente original.
El poema que Lizardi escribió rememorando el funeral de su abuela, que sirve de base y vertebra «Illeta», es tratado por Escudero con una franqueza emocional a la que ni Dukas ni Ravel se hubieran atrevido jamás. Si gran parte de la música francesa del Siglo XX se caracteriza estéticamente por su sutilidad y una intelectualización de sus necesidades expresivas, «Illeta» de Escudero recoge la fisonomía sonora francesa pero la aplica a una emocionalidad que supera cualquier raciocinio, implacable, a veces hasta feroz. «Illeta» tiene mucho más de saeta que de «Daphnis y Chloé», y esto lo entendió muy bien Pascal Rophé, que llevó a la OSE y a la Coral Andra Maria al límite de sus posibilidades para alcanzar ese estremecimiento existencial que a muchos nos dejó exhaustos y fascinados, mientras que a otros les pareció una burda exageración. Magnífica la Coral Andra Mari, no se puede imaginar mejor vehículo para «Illeta» que sus recias y nobles voces