Medioa: Noticias de Gipuzkoa
HAY partituras que invitan a ser interpretadas desde dentro, casi en lo que podría resultar un ejercicio visceral de extrema exhibición sentimental, cosa que en ocasiones favorece el resultado final de una obra determinada. El oratorio Illeta de Francisco Escudero, magnífico funeral con texto de Xabier Lizardi, invita a lo expuesto, y solo quien lo haya interpretado, bien cantando o desde su posición en la orquesta, sabrá lo que implica enfrentarse a una partitura cuyo nivel de exigencia y entrega es absoluto. El dramatismo de la obra no solo viene determinado por los preciosos textos del citado poeta, sino por una composición donde el coro debe luchar buscando siempre el equilibrio entre los pasajes más líricos y comedidos con aquellos donde debe mostrarse el desgarro más extremo, controlando la emisión en tesituras no siempre cómodas. En ese sentido, uno de los mayores riesgos que la obra presenta es que el coro pueda dejarse dominar por las emociones y todo se resuma a un griterío, cosa nada recomendable. También existe el riesgo de que la batuta pueda entrar en tempos demasiado prestos y pueda desvirtuar el sentimiento final.
Aunque mantuvo la tensión en los tempos, el maestro Pascal Rophé no pareció querer regodearse en los pasajes más dramáticos, más bien dio la impresión de querer abordar el funeral desde una perspectiva serena y ágil, y aunque mantuvo la atención puesta en el coro, no siempre logró un resultado ajustado, como evidenció el inicial Aita Gurea con una entrada del coro tirando a tibia e irregular tanto en emisión como en ajuste entre las distintas cuerdas. Afortunadamente el Andra Mari de Errenteria supo salvar la situación, y su trabajo fue estupendo a lo largo de la obra, demostrando un poderío vocal en los pasajes en forte -aunque con algunos vibratos que en ocasiones destacaron sobre el sonido total del coro-.
Destacables las frases de las altos en el Biotzean min dut (se echan de menos altos así últimamente), el brillo en los agudos tanto en sopranos y tenores, y el control sonoro del coro en los pasajes fortísimos, sonando impresionante en el Agur egun aundirarte, cantando desde las entrañas. El trabajo del barítono José Manuel Díaz se sumó a la calidad interpretativa, cantando con corrección aunque también en ocasiones con contención. En cualquier caso, el centenario del nacimiento de Francisco Escudero quedó reflejado con una interpretación que estuvo a la altura de las circunstancias, y la Quincena Musical supo hacer justicia musical programando su Illeta.
El concierto contó en su primera parte con la breve y popular El aprendiz de brujo de Paul Dukas, partitura popularizada por el filme Fantasía (1940), de Walt Disney, concretamente en la escena en que Mickey Mouse hechiza una escoba para que realice su trabajo. Los desajustes e inseguridades fueron más que notorios ante una batuta que no logró expresarse con claridad.
Por otra parte, el trabajo de la pianista Marta Zabaleta, que expuso su técnica y expresividad ante el Concierto para piano en Sol Mayor de Maurice Ravel, fue excelente. Su interpretación sonó exquisita, cuidada y tendente a marcar y evidenciar los contrastes e influencias que ofrece la partitura. La sala enmudeció ante el despliegue sonoro de los más de 30 compases iniciales del adagio assai y el diálogo entre piano, flauta, oboe y clarinete. Zabaleta y Rophé se entendieron, y la OSE encajó su trabajo con el de ella, que ofreció a modo de bis Gnosienne, de Erik Satie.