Medioa: GARA
Kritikaria: Mikel CHAMIZO
Siempre es un hándicap programar ópera en la sala sinfónica del Kursaal. El escenario carece de hombros y eso limita mucho la complejidad de las escenografías que se pueden montar en él. La Quincena lleva años lidiando con este problema al escoger las producciones que presenta cada verano, que nunca pueden ser demasiado espectaculares por esta limitación. Pero parece que con esta versión de La Bohème han encontrado una solución muy convincente que se apoya en la tecnología. La propuesta de Davide Livermore acude a las proyecciones de vídeo para suplir la escenografía, algo que no es precisamente nuevo. Pero estas proyecciones fueron de tanta calidad que parecían poseer una textura real de decorado, con el plus de que fueron además decorados animados. La idea de proyectar los cuadros que va pintando Marcello sobre la gran pared del fondo fue de una efectividad indiscutible, y que Rodolfo y Mimí se declaren su amor con la Noche estrellada de Van Gogh como fondo, una imagen de enorme poesía.
Si el concepto escénico estuvo muy bien resuelto, no lo estuvo tanto la dirección de actores. El segundo acto, con la totalidad de los cantantes, coro mixto, coro de niños y figurantes en escena, terminó resultando algo caótico en su búsqueda de dinamismo, con gente corriendo de un lado a otro del escenario. Mejor estuvo el tercer acto por su sencillez. Lo imperdonable fue el cuarto, con Mimí a las puertas de la muerte, una Mimí tísica que de repente se levanta del sofá en el que yace para cantar un agudo a pleno pulmón. El desgraciado final de la obra tuvo muy poca credibilidad teatral, algo que restó impacto a una producción, por lo demás, más que convincente y estupenda para un escenario como el Kursaal.
De lo que no hay queja posible es del aspecto musical. Gal Jame hizo una Mimí peculiar, con un timbre ligeramente oscuro, muy dramático para este personaje frágil y bienintencionado. Pero cantó con depurada técnica y convicción expresiva. Giordano Lucà es un joven tenor belcantista con espectacular dominio de la voz. Abordó el complejo papel de Rodolfo con una facilidad envidiable. Faltó quizá algo de madurez expresiva, un punto que si Lucà logra dominar en los próximos años seguro le aupará al primer nivel de la lírica. Juan Jesús Rodríguez, como Marcello, estuvo espléndido, y más que dignos el resto de bohemios. El foso fue toda una sorpresa: colorista y vibrante, con un gran sentido del espectáculo pucciniano, ese que oscila entre las más brillante luces orquestales y la emoción más íntima.