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LA suplencia del director titular Andrés Orozco-Estrada, a consecuencia de una inoportuna indisposición, fue el mayor temor de los gestores de la Sinfónica de Euskadi (OSE) ante el gran programa que abordó en su intervención en la Quincena Musical. Lo solventaron de manera rápida y, sobre todo, eficaz por la magnitud de las dos obras a interpretar; contar con la batuta del finlandés Rasilainen, que viene avalada por su amplio currículum al frente de orquestas como la Sinfónica de la Radio de Finlandia o la Filarmónica de Helsinki, fue, sin duda, un gran acierto. A pesar de que todo es siempre mejorable y que pecó en ocasiones de tirar de volumen en exceso, en general, es cierto que tanto el coro como la orquesta supieron comulgar con el director a favor de las dos obras de Rachmaninov.
La primera de ellas, la Cantata Spring, contó con un tándem que cada vez funciona mejor, la OSE y las excelentes voces de la Coral Andra Mari de Errenteria. Sin duda alguna, esta formación está atravesando un momento de gracia que está destacando notablemente entre las grandes formaciones dedicadas al ámbito de la música sinfónica coral.
Incluyendo un acertado cambio en el atuendo de las féminas, las voces del Andra Mari sonaron estupendas, potentes, y sobre todo con un sonido muy homogéneo -no exentas de algunas frases de altos un tanto descompensadas respecto al resto-. Sus fortísimos fueron espectaculares. El barítono húngaro Károly Szemerédy mostró un fraseo controlado y bello, pero le quedó un tanto corto a consecuencia del volumen orquestal que tendió a taparle.
Rasilainen anduvo mucho más atinado a la hora de acometer la Sinfónía nº 2 en mi menor Op. 27. Cuidó mucho más los matices destacados. A pesar de evidentes desajustes en la cuerda en el movimiento inicial, el maestro incidió sobre todo en la exposición de las grandes líneas más melódicas, especialmente en el Adagio con un solo de clarinete destacable, así como el fraseo de los chelos que sonaron muy bellos. El finlandés sacó partido de la citada romanza orquestal para finalizar el allegro vivace ahondando en los largos in crescendo, matizándolo todo de forma muy recia.