6 de septiembre, 2006

Travesía feliz

Medio: ABC

Siempre, al final, llega la calma, suene la tormenta en los Alpes… o la galerna en el mar. Lo sabe la Quincena Musical donostiarra que este año también se ha interesado por algunos truenos musicales. Por ejemplo, el que trajo la Orquesta Sinfónica de Euskadi, encargada de girar la máquina del viento al compás de la monumental «Sinfonía alpina» de Strauss. Luego, el concierto de clausura, con la Sinfónica de Bilbao haciendo rodar el artilugio bajo el mandato de «El holandés errante». No hay duda (y da fe de ello el éxito de esta última sesión) de que siempre impresionan las ruidosas posibilidades de este singular instrumento, especialmente si se acompaña de una poderosa artillería orquestal tal y como lo hizo el director Juanjo Mena. Porque su versión de la ópera de Wagner es así: sólida, armada, brillante, bien estructurada… y con volumen, más atenta al verismo narrativo que a algunos misteriosos vericuetos del libreto. De ahí que todo fluyera con una calidad sonora dominada por la presencia antes que por la evocación, con resolución. Habrá ayudado a ello el que la obra viniera rodada tras las representaciones de temporada en la Abao bilbaína. También el gesto firme y eficaz del maestro, capaz de animar a la orquesta y de hacer cantar orgullosas las voces masculinas de la coral Andra Mari y el Coro Easo, y algo menos redondas las femeninas.
Este «Holandés» ha llegado a San Sebastián al lado de la Senta de Eva Johanson, definitivamente incisiva y abundante, después de pasearse por algunos sonidos no demasiado colocados y medias voces destimbradas. Su mayor mérito fue el pálpito enloquecido y directo con el que remata al personaje. Albert Dohmen mostró autoridad, un Holandés de paso seguro y medido registro agudo, algo disminuido ante la presencia de Johanson. Sería difícil encontrarle virtudes al Daland de Philip Kang más allá de su volumen y anchura, pues cantó el personaje con muy poca igualdad y demasiada destemplanza. Resultó más interesante el peso vocal de Jorma Silvasti y su cálida intención, la apoyada regularidad de Francisca Beaumont y el esfuerzo por poner en orden la voz que se apreció en las intervenciones del Timonel Ángel Pazos. Y sobre todo que el conjunto consiguiera hacer prevalecer el interés general: el buen amarre de la obra.