Medio: El diario vasco
El penúltimo eslabón de esta ya a punto de finiquitar septuagésima primera edición de la Quincena Musical -Donostiarra por esencia y definición- bien puede reputarse como rotundo y robusto, vistos los ineludibles presupuestos previos de un trabajo profundo, serio y concienzudo para ser presentado al público, constituyendo todo un éxito.
En la primera parte se interpretó la ‘Cantata «Spring» (Primavera) para barítono, coro y orquesta, Op. 20’ de Rachmaninov. Obra de tan solo un movimiento, que apenas llega a los 10 minutos, de una intensidad sobrecogedora; escrita en 1902 y sobre la que su autor siempre estuvo remiso en revisar su orquestación. Basada en un poema de Nikolay Nekrasov relata el afán de venganza de un marido, infiel por su esposa, que se acoge al perdón ante el retorno de la primavera.
Es de justicia resaltar el extraordinario trabajo interpretativo que hizo de esta pieza la Coral Andra Mari, tanto por la rotundidad de su sonoridad, como por el gusto en la expresividad narrativa. Tife, como siempre, cantó entre sus coralistas (lo que supone un plus de responsabilidad y de complicidad) y dio una noble lección de técnica de preparación y empaste. El joven barítono húngaro Szemerédy, hizo un sólido trabajo como solista, con una voz bien conformada y de mejor proyección, que se pudo haber apreciado mejor de no estar un poco tapado por el volumen orquestal
Como a la verdad no le duelen prendas y a la libertad no le pueden recortar el vuelo, hacía tiempo que este plumilla no había escuchado a la OSE en tales niveles de calidad y gusto expresivo. Son buenos músicos y el día en que se lo crean con humildad y sin presunciones, tendremos una gran orquesta. En la ‘Sinfonía nº 2 en Mi menor Op. 27’ de Rachmaninov tuvieron momentos de calidad inequívoca, como fue la hermosa entrada de los chelos en el ‘Adagio’. Rasilainen, sustituto de Orozco, hizo una lectura elegante y muy cuidadosa con los planos sonoros.