Medio: EL DIARIO VASCO
Crítico/a: EMECE
El interés de este concierto se centró, a juicio del autor de estas líneas, en constatar el grado de bondad de la soprano donostiarra Ainhoa Garmendia, al enfrentarse a un serio compromiso en doble vertiente. Por un lado, con obras de Juan Crisóstomo Arriaga; por otro, a la tesitura de soprano que Mozart construye para su Requiem.
Amén de obtener un resultado sobresaliente en ambas ocasiones, la joven cantante se fajó en dos partituras de Arriaga muy dispares. En la primera, Air de l’Opera de Médée, tuvo que desarrollar una gran concentración del fiato para salir con holgura de una construcción musical un tanto incómoda para el canto, sobre todo en el terreno de los limitados espacios concedidos para la respiración. El brillo lustroso de su voz, la anchura adquirida para la proyección y la bien aplicada técnica para transitar por el registro central, le permitieron que su segunda intervención, con el joven tiple Pablo Benavente, a quien tuteló con total protección, Agar dans le désert, fuera un ejemplo del dominio en las comprometidas agilidades y de rotundidad en el registro agudo, siempre bien dosificado.
En tenor Joan Cabero con las obras Air d’Oedipe y Ma tante Aurore, ésta compartida con el bajo Simón Orfila, ambas de Arriaga, dieron una buena muestra de la categoría del joven compositor bilbaíno.
El famoso Requiem de Mozart/Süssmair, fue presentado por Juan José Mena en una versión poco usual, eminentemente romántica e introspectiva, con una servidumbre de medios muy alejados de concepciones ampulosas. El depurado estilo estético de este director vitoriano permitió gozar, a modo de ejemplo, de una Lacrimosa realmente bella, recogida y sugerente. A ello le ayudaron las cuatro voces solistas intervinientes, con una Lola Casariego de mucho empaque y con el pulcro, pletórico apoyo, preñado de finura, de la Coral Andra Mari, que dejó patente su capacidad de disciplina y firme obediencia a la batuta rectora. El mismo comportamiento tuvo la Orquesta Sinfónica de Bilbao, que cada día se crece más en manos de Mena, su escrupuloso y recio director.
Fue una pena el diseño de luces del escenario que nos privó del rostro de los solistas.