23 de agosto, 2017

HAENDEL POR UNA ORQUESTA SINFÓNICA Y OTRAS INCÓGNITAS

Medio: GARA

Crítico/a: Mikel Chamizo

La Orquesta Sinfónica de Euskadi escogió la célebre “Música acuática” de Haendel para su concierto anual en la Quincena Musical. No es la primera vez que la OSE se decanta por este autor barroco, hace dos años ya le dedicó un monográfico dentro de su temporada de abono. Algunos puristas lo verán casi como una herejía, ya que las orquestas modernas han desterrado de sus programas la música barroca, que ahora se considera terreno casi exclusivo de los pequeños conjuntos de instrumentos de época que aseguran poseer la verdad sobre su interpretación. La OSE parece no coartarse por estos argumentos, pero por si acaso sus responsables llamaron, para la ocasión, a un director especializado en música antigua. Paul Goodwin, muy ligado a la famosa Academy of AncientMusic de Cambridge, es muy requerido para este tipo de trabajos por orquestas de todo el mundo y sabe hasta qué punto puede exigir de los músicos que toquen de una forma diferente a Haendel a como lo hacen con Beethoven o Brahms. No trató de erradicar el peso propio de la sonoridad de la orquesta, o que las cuerdas sonaran a tripa, o que los oboes imitaran la imperfecta dulzura de sus antepasados barrocos. Pero sí logró crear volúmenes flexibles y definir un estilo adecuado y, en última instancia, convincente.
Con la segunda parte llegó la “Misa Nelson” de Haydn y la orquesta ya se sintió completamente en su terreno. Parece mentira que menos de cien años de evolución en la música puedan causar tal cambio en la percepción de idoneidad de una orquesta. La “Nelson” es una misa escrita en tiempos de guerra, repleta de toques de trompeta y redobles de timbal, y fue abordada con entusiasmo por los músicos de la OSE a las órdenes de Goodwin. Del coro Haydn exige densidad, energía y coraje, y eso es exactamente lo que ofreció el Andra Mari, al que la partitura le va como anillo al dedo. Entre los solistas destacó la soprano María Espada, quien lidió con bastante fortuna con las florituras del “Kyrie” y aportó luminosidad al “Benedictus”.
Fueron, en fin, 40 minutos de recreación de Haydn.